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“Para la libertad, sangro, lucho, pervivo”

Mientras escribía este artículo no podía más que tararear las letras de la canción de Joan Manuel Serrat, sintiéndolas en todo mi ser.

Vamos a hacer un ejercicio el día de hoy. (Espero que sean honestos y dejen su comentario después de leer el post.)

El ejercicio consiste en unas preguntitas básicas:

• ¿Saben que es la libertad?

• ¿Se consideran personas libres?

• ¿Son libres?

Yo siempre me he considerado una persona muy libre. Siempre he tenido mis ideales bien plantados y de alguna u otra forma los he logrado expresar. Nunca me había cuestionado tanto el tema de la libertad. Nunca me había parecido necesario, ya que me consideraba una persona libre.

Hace poco me vi confrontada con esta aseveración que muy a diario me repito, para encontrarla muy errada. Días atrás sentí algo que ya tiempos no sentía. Una individualidad en mi misma que creo se encontraba dormida. Una pérdida de temores ABSOLUTA, haciendo cosas que normalmente nunca hago y que resultaron en extremo positivas. Experimenté una plenitud en mi forma de pensar, de ser y de vivir, que chocaron de inmediato cuando volví a mi tan inminente realidad. Desde ese choque, me comencé a cuestionar mi libertad, porque realmente, ese era el sentimiento que experimentaba.

Me dispuse a sacar una hoja en blanco poniendo en el centro la palabra LIBERTAD y a sus alrededores coloqué todo aquello de lo que depende mi libertad y la condiciona.

Mis resultados

Me asusté con el resultado francamente. Mi libertad está condicionada a tantas variables. Variables que, en los días que les mencione, no existían; y no porque dejaran de estar ahí, pero porque yo elegí bloquearlas por un momento.

La libertad está definida como la capacidad de la conciencia para pensar y obrar según la propia voluntad de la persona. Según la Real Academia Española, el estado de la libertad define la situación, circunstancias o condiciones de quien no es esclavo, ni sujeto, ni impuesto al deseo de otro. Aquello que permite a alguien decidir si quiere hacer algo o no, lo hace libre, pero también responsable de sus actos.

La ética filosófica señala que la libertad es inherente a la humana, es un dato fundamental originario de la existencia humana, fundamentado en la auto conciencia y la responsabilidad moral. Por tanto, el individuo humano no puede remitir su propia libertad a ningún otro. Nadie, desde el sentido antropológico, puede eliminar ni contradecir esto.

En mi búsqueda por más información de la libertad encontré una pequeña reseña de Ricardo Yepez Strok, la cual me pareció muy propicia para el tema que nos ocupa hoy.

“Es una de las notas definitoria de la persona. Permite al hombre alcanzar su máxima grandeza, pero también su mayor degradación. Es quizás su don más valioso porque empapa y define su actuar. El hombre es libre desde lo más profundo de su ser.”

Promulgamos a viva voz esta palabra. La sostenemos como estandarte, como un punto de lucha con la Declaración Universal de los Derechos Humanos; sin embargo, más allá de eso, escasamente nos sentimos libres.

Anclamos y condicionamos nuestra libertad a factores externos. A cosas y objetos que escasamente alguna vez necesitamos. Hacemos que la misma dependa de diferentes cosas, personas o circunstancias. Nuestra libertad de expresión se ve coartada por la sociedad, el trabajo y el qué dirán los demás. La libertad en nuestras tomas de decisiones las condicionamos a cómo pueden impactar éstas a nuestra familia y amigos, pero nunca pensamos antes en cómo nos puede afectar a nosotros. Hasta nuestros sentimientos, los pensamos y reprimimos porque queremos a toda costa evitar herir a quienes queremos, sin saber que los verdaderamente heridos, somos nosotros. Remitimos y damos poder a otras circunstancias sobre nuestra libertad. Y así, toda esa brillante lógica de la libertad se encasilla, siendo solamente un hermoso sueño promulgado por siempre.

Cuando se piensa en libertad, se alude a revolución o rebelión. Pero, ¿nos hemos revolucionado nosotros mismos? ¿Nos hemos rebelado contra todo lo que nos amarra?

Creo que revolucionarnos por amor propio es la expresión más grande de libertad. Si confrontamos y arrancamos todo aquello que nos ata, podremos vivir más ligeros de equipaje. Creo que si sacamos todas esas emociones, temores y amarras y no les damos más poder que el necesario, por fin seremos libres.

Un amigo peregrino me ha dado una gran lección estos días. Él sigue su corazón, con pie firme, no ocupa nada. Todo su haber son dos mudadas, no más. Viajando por todas partes y haciendo el bien. Nada lo ata y nada lo detiene. No tiene miedo porque sabe que es libre. Es un gran ejemplo, el cual espero un día aplicar.

Ninguna de las circunstancias que condicionan mi libertad, son realmente determinantes para ser libre, ahora te toca a ti… ¿Serás libre?

“Retoñarán aladas de savia sin otoño, reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida. Porque soy como un árbol talado que retoñó y aún tengo la vida”. Joan Manual Serrat

¡Feliz Viernes! 😊

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