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Todos los Perros van al Cielo

La tragedia está definida en el diccionario como un suceso desgraciado y funesto de la vida. La pérdida, como aquella falta o ausencia de aquello que se tenía; y la desesperación como la pérdida de la paciencia o de la tranquilidad de ánimo, causada generalmente por la consideración de un mal irreparable o por la impotencia de lograr éxito. Todas estas no son solo palabras, sino sentimientos; sentimientos experimentados el día sábado por toda mi familia y por mi.

Mis viernes, siempre están llenos de amor y esperanza, de manera que podamos enfrentar nuestros problemas cotidianos con fortaleza y superarlos con una sonrisa. Este es un Viernes de Nicole muy distinto a los que he escrito y muy distinto al que tenía planeado escribir desde que empezó el mes de febrero.

El sábado pasado no fue ni por cerca a lo que se podría llamar un sábado normal en la casa Vaquero-Blanco. Todos nos levantamos a reírnos, a desayunar en familia y a comunicar nuestros planes. Por primera vez, este sábado, todos teníamos un compromiso a media mañana, cosa que casi nunca acontece. Los sábados salimos muy temprano en la mañana o no salimos para nada, quedándonos a disfrutar de nuestro muy ansiado fin de semana.

Yo había sido invitada a un evento en una colonia vecina, al cual no quería faltar y decidí irme caminando para llenarme de esa energía tan espectacular que da la mañana.

Llegué al evento y lo disfruté, pero antes de salir, recibí una llamada de mi casa. No contesté debido a que mi teléfono se encontraba guardado. Al salir, devolví la llamada. Al otro lado del teléfono, escuchaba gritos de desesperación del muchacho que trabaja en mi casa, informándome que había un ataque de abejas africanas. Que él ya había sido picado y que logró escapar velozmente para resguardarse, pero que los 3 perritos se encontraban afuera amarrados y que las abejas africanas los estaban atacando.

Cuando me dijo eso, me apresuré para poder llegar a mi casa. La colonia vecina es cerca, pero no tanto como lo ameritaba la situación y mi velocidad no era suficiente para llegar a hacer algo para salvar a los perritos.

Cuando por fin llegué, no podía entrar a mi casa. Venia pensando en que nunca nadie sabe que sucede dentro de cada hogar, que en apariencia por fuera, todo en mi casa se veía bien y por dentro estaban sucediendo cualquier cantidad de horrores. Nadie sabía qué sucedía. Traté de ingresar saltándome el portón, pero la cerca de alambrado eléctrico me lo impedía. Estuve 2 horas tratando de entrar, y solo fue posible cuando el cuerpo de bomberos llegó y rompió el candado del portón.

No les puedo explicar la escena. Había sangre, una cantidad de abejas que rodeaba el patio por completo, todo parecía sacado de una película de terror. Yo he visto cosas fuertes en mi vida, escenas desgarradoras, pero que esto sucediera en mi hogar, iba mucho más allá de mi imaginación.

Mi perrito, Beer, por su pequeñez, murió luchando contra las abejas. Sentía un sentimiento de culpa terrible ya que no estuve ahí para soltarlo, ayudarlo, confortarlo, abrirle la puerta contra la que murió. Esperaba mi ayuda y yo nunca llegué. A los minutos, los bomberos rescataron a nuestro otro perrito, Lucas. Estaba vivo, lleno de abejas y miles de picadas, pero vivo. Inmediatamente, lo tomé y comencé como pude a quitar las abejas. A bañarlo, porque esas fueron las instrucciones que recibí de los bomberos. No paraba de llorar por la pérdida de Beer, pero guardaba la esperanza de que Lucas sobreviviera. Le di leche para lograr cortar el efecto del veneno. Veía que pese a la gran cantidad de picadas, con el agua y la leche se estaba reanimando. Así que decidí llevármelo al veterinario más cercano. Mitsha, la bulldog, había logrado escapar y se veía bien, pero igual, la lleve para chequeo.

Creo que habremos llegado con mi hermano, Fernando, en 5 minutos. Inmediatamente entramos y el doctor atendió a Lucas. Veía que el doctor estaba muy confiado en la recuperación de nuestro querido Lucas y nos dijo que no nos preocupáramos por Mitsha, ya que ella estaba tranquila.

Les puedo decir con toda honestidad que yo nunca perdí la fe ni la esperanza de que Lucas se salvara. Estuvimos ahí toda la tarde, hasta que el doctor nos dijo que Lucas murió de un paro cardiaco de tanto dolor.

Regresamos a la casa con nuestra perrita, con el corazón hecho trizas. Veíamos a Mitsha sola, triste y débil. Sin embargo, sabíamos que ella era fuerte y podía resistir y debíamos tener más cuidados para ella.

El día domingo Mitsha amaneció siendo otra, paralizada de las piernas, expulsado sangre y con su ánimo destrozado. Mitsha no resistió el veneno y murió el lunes por la mañana.

Sentí un dolor y un vacío enorme. La manera, la tragedia, la sangre, todos los elementos me hacían sentir culpable. Yo había sufrido y llorado tanto por los perritos y sentía vergüenza, una vergüenza que me comía el corazón porque se que hay millones de personas pasando peores horrores. Miles de niños en el mundo que mueren cada segundo y yo me encontraba llorando y orando por mis perritos. Era inevitable para mi contener mis lágrimas y todos los sentimientos de culpabilidad por no haber podido hacer nada por ellos y porque sabía que hay miles de personas que necesitan más mi oración.

Un buen amigo me llamó desde Colombia y me dijo: “Nicole, no sientas culpa, ni vergüenza, ellos eran parte de ustedes. Son criaturas de Dios y merecen amor. Ellos son nuestros hermanitos menores y también merecen amor y oración. Vos no vivís encerrada ni dedicada a tus perros, pero te das a los demás. No sientas vergüenza. Piensa en cómo puedes transmitir este sentimiento y transformarlo en algo bueno”.

Aunque las palabras de mi amigo eran confortantes, el sentimiento de tristeza, culpabilidad y vergüenza no se iban.

Pensé en cuantas personas han de sentir esto cuando sus mascotas se van y no pueden expresarlo, porque se sienten juzgados, sienten que le están fallando al mundo por sentir este dolor y esta pérdida de manera tan fuerte.

Recibí consuelo de mucha gente, gente que me decía que los perritos se habían sacrificado por nosotros. Que cuando algo le pasa a un animalito, es porque le iba a pasar al dueño. Aunque todo esto me confortaba, el dolor y la ausencia de ellos eran demasiado grande.

La cuestión es que la vida no nos pregunta si nos parece que algo nos pase. La vida no pregunta si estas preparado, si estas lo suficientemente fortalecido para poder superar una prueba. La vida solo lo hace. No hay culpables, no es un castigo, son actos de la naturaleza que simplemente pasan. Enseñándonos que no podemos medir nuestra vida por las cosas malas que nos ocurren, sino por la valentía, el coraje, la confianza y la fe que tenemos para superarnos una y otra vez.

Esa es la lección que me dejó esta prueba. Que la vida no se basa en un mal momento o en una mala prueba, sino en como transformamos el dolor en algo positivo.

No tenemos que sentir remordimiento o culpa por el dolor que sentimos al perder a nuestros animalitos que tanto nos han dado, que tanto nos han guardado, que tanto nos han amado. Podemos llorar, sentir esa desesperación, esa angustia, esa tristeza, y resguardarnos sabiendo que ellos fueron felices con nosotros y que disfrutaron cada momento de la vida que les dimos. Como dice el Papa Francisco: “Porque todas las criaturas están conectadas, cada una debe de ser valorada con afecto y admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros”.

La tragedia, tristeza y desesperación, poco a poco han ido pasando, sin embargo, la ausencia de mis tres hijos perrunos es indescriptible. Extrañaré por siempre la sonrisa de mi Beer, las corridas en la playa de mi Lucas y lo consentida de mi Mitsha. Llegar a casa todos los días y no verlos, ni escucharlos, será para mi siempre duro. Me queda la alegría que los quise con todo el corazón y que ellos nos amaron y fueron verdaderamente felices en su vida terrenal.

Espero que mi viernes les haya traído cierto consuelo y más amor hacia nuestros “hermanitos menores” que son los animalitos.

¡Feliz Viernes! 😊

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