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Todo está en casa


Todos ustedes que me leen saben mi amor por Gabriel García Márquez. No es ningún secreto, que así como la fantasía de Isabel Allende era ver a Antonio Banderas enrollando como un taco con guacamole, para mi, encontrarme a Gabo en un aeropuerto con su chaqueta de tweed era algo que le pedía a Dios cada vez que viajaba. Es más, una vez le pedí a mi mamá que si ella pudiera darme algo, fuera llevarme a su casa en Ciudad de México para que tal vez le pudiera tocar el timbre y pudiera confesarle mi amor. En mis sueños locos, él se reía y me invitaba a tomarme un “tinto”. Mi mamá cumplió su promesa y me llevó a su casa para mi cumpleaños. Sin embargo, llegue 8 meses tarde, ya que Gabo había muerto en abril de ese año. Llegué, me tomé mi foto en la casa en donde se escribió la obra que ha definido la literatura de Latinoamérica, y creo que del mundo. Mis lagrimas de emoción al estar ahí eran incontenibles, por supuesto, toqué el timbre y nos fuimos. No hubo café ni risas, pero si un sentimiento de satisfacción de saber que estuve ahí.


Aunque sabía que mi Nobel era sobreviviente de cancer, que estaba grande y que con la edad vienen tantas cosas, para mi, Gabo nunca cambió. Para mi seguía siendo el joven que durmió en la banca de un parque en Cartagena de Indias, persiguiendo su sueño de escribir y renunciando a ser abogado. En mi cabeza, su mente era lúcida y sus recuerdos intactos.


Recientemente, en un libro que leí, escrito por su hijo Rodrigo, en el que habla de esos últimos meses y de esas despedidas, me di cuenta que esa figura estoica, de este ser que ha marcado mi vida, se fue deteriorando. Que su memoria, su instrumento principal de trabajo, se fue desvaneciendo. Que aunque nunca perdió su sentido del humor, muchas veces no reconocía a sus seres amados. Lo que nunca cambió, y permaneció intacto con cancer, demencia y edad, fue su amor por Mercedes, su esposa. Gabo conoció a Mercedes cuando ella tenía 9 años y él 13. Un amor que duró por más de la mitad de un siglo, ininterrumpido e inmutable.


Pero este Viernes de Nicole no se trata de Gabo ni su extensa literatura, ni su delicioso y mágico uso del lenguaje, pero sobre algo que leí que dijo en sus últimos momentos y creo que es algo que todos deberíamos saber y valorar en nuestra vida. Al final de sus días, al preguntarle sus seres queridos, en sus escasos momentos de lucidez, sobre su mayor inspiración para escribir, no mencionó a Borges, a Virginia Woolf ni Faulkner, que eran de sus escritores predilectos y a los que muchas veces en entrevistas dijo que habían inspirado su obra. Dijo: “USTEDES. Casi todo lo que vale la pena saber se aprende todavía en la casa.”

Y es verdad, todo lo que vale la pena saber en la vida y quedará para siempre, lo aprendemos en nuestro hogar. Las personas que marcarán nuestra vida para siempre serán esas que nos han enseñado, inculcado lecciones de vida, nos han llenado de pasiones, aquellas personas que han dado sentido a nuestra vida. Esas personas a las que tenemos realmente como referencia al éxito y sabemos que “ellos” son el equivalente a felicidad. Son mamá, papá, hermanos, abuelos, primos, esposos, hijos, suegros y tíos. Personas que formaron los personajes de la novela más grande que podremos escribir: nuestra vida.

Podemos aprender muchas cosas afuera de este círculo, pero la curiosidad, la intención de buscar eso que llamamos éxito, vendrá de ese selecto grupo que llena nuestra vida de ideas mágicas. Yo puedo decir que jamás hubiera amado a Gabo tanto como lo hago, si mi papá no me hubiera hablado del “Amor en Tiempos de Cólera”. (Confesión: chiquita pensaba que cólera se refería a la ira que sentían las personas enamoradas, no a la enfermedad). Jamás me hubiera decido a escribir si mi mamá no me hubiera mostrado que era posible. No tendría qué escribir si mis abuelos, hermanos, tíos, y el amor de mi vida no hubieran creado un mundo tan increíble para mi. No sabría todo lo que sé hoy si no fuera por esas personas que son mi hogar. Y sé que me falta por aprender de mi esposo (si Dios quiere) y los hijos que Dios me mande.


Así que, no esperemos a nuestros últimos momentos, a no tener mucha lucidez para reconocer públicamente que nuestra mayor inspiración son las personas que nos enseñan todo en casa. No dejemos de reconocer a esas personas que se vuelven nuestras Ferminas, Aurelianos, Florentinos, Ursula, nuestros Coróneles, nuestros gallos. Aquella tía Escolastica que nos invita a atrevernos a la vida. A buscar ese amor del que tanto se nos habla. En casa está todo.


Jamás voy a dejar de agradecerle a mi papá que me dió esa curiosidad por leer “El Amor en Tiempos del Cólera”. Gracias a eso, me enamoré de Gabo, me enamoré del amor, y es más, aunque no se me cumplió el sueño de encontrármelo en un aeropuerto, sé que algo tuvo que ver en darme un amor, que ha aguantado los ires y venires del carajo por 9 años, 1 mes, 14 días con sus noches. Y que con fortuna durará “TODA LA VIDA”.¡

¡Feliz Viernes! 😊



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