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Una Revolución 


Cuando era pequeña soñaba que sería muchas cosas de adulta. En algún momento soñé en ser entre científica y astronauta, no sé ni cómo, ya que no tengo idea ni de la química ni de la física y mucho menos las matemáticas. Luego, ya más madura, soñé en que sería fotógrafa. Era algo que realmente me miraba haciendo, recorriendo el mundo en busca de paisajes espectaculares. Finalmente, el derecho me cautivó porque mezclaba mi pasión por hacer el bien y las letras. Nunca tuve algún sentimiento de que lo que me propusiera no fuera realizable. Sabía que lo que deseara con todo mi corazón lo podría ver concretado, tal vez no sería tan viable, pero si realizable. Nunca tuve una limitante pensando que habría algo que no pudiera ser.


Esta semana llegaron, a la escuela en la que colaboro como maestra, los Agentes de la Lucha Contra el Crimen a dar charlas motivacionales a los niños. Llegaron acompañados por los perros con los que cuenta la unidad e hicieron diversas demostraciones y trucos. Sobra decir que los niños no cabían de la emoción. Después de la charla me dispuse a dar la clase; sabía que ningún juego ni el tema que tenía preparado sería tan emocionante como los agentes y los perros, así que nos dispusimos a hablar sobre el futuro. Les comencé a preguntar a los niños de sexto grado, “¿Qué quieren ser cuando sean grandes?” A lo que obtuve grillos dentro del salón. Les pregunté luego de unos segundos de silencio incómodo: ¿Cuál es su más grande y sueño más loco?” Honestamente, pensé haber estado preparada para escucharlo todo cuando lancé esta pregunta. Se quedaron viendo entre si y a lo que el primer valiente levanto la mano y me dijo: “Yo mecanico”, a lo que sucesivamente, los otros levantaron la mano diciendo “Yo aseadora; yo jardinero” y finalmente: “a mi me toca ser marero”. Las respuestas francamente me helaron. Nunca ninguno me dijo, quiero ser doctor, abogado, pintor, constructor, balletista, bombero, maestro, chef. Cuando les pregunté que harían al salir de la escuela, contestaron no saber. Les expliqué ese día a los niños que el mundo está a su disposición y que ellos pueden ser lo que sea que se les ocurriera. Sin embargo, al salir me fui impactada, apesarada y la verdad… con el corazón medio roto. Esa misma noche, el Papa Francisco transmitió una conferencia en la plataforma “TED”. Como siempre, tocó puntos tan sensibles para la humanidad, pero dos de sus puntos me llevaron de nuevo a la conversación con los niños. La charla se titulaba “El Futuro Tú”, siendo esta una invitación a pensar en nuestro futuro, en saber que hay un futuro esperanzador; que tener esperanza no significa ser optimistas ingenuos que ignoran el drama del mal en la humanidad. La esperanza es la virtud de un corazón que no se cierra en la oscuridad, que no se detiene en el pasado, no se mantiene a flote en el presente, si no que sabe ver al mañana. La esperanza puede hacer mucho, ya que basta una pequeña luz para alimentar la misma. Cuando entra esta pequeña luz, la oscuridad ya no es completa. A su vez, el Papa, en aras de la creación de la esperanza y la generosidad, habló de la “Revolución de la Ternura”. Una revolución se crea cuando un individuo contagia a otro y a su vez a otro. La ternura no es más que el amor que se hace cercano y concreto.

Después de leer esta magistral ponencia sabía que debía compartirla con los niños, sabía que al escuchar esto, ellos podrían tener y conocer la ESPERANZA. El día de ayer me dispuse a leer de manera enfática las partes que me parecía que ellos debían escuchar. Mientras recorría el aula de fila en fila, me veían con sus enormes ojos, cada vez más abiertos ante las palabras que iba pronunciando. Cuando al fin terminé, presurosos en levantar la mano me comenzaron a preguntar: ¿Cómo era eso de ser Papa? ¿Se ganaba bien? ¿Que otras personas dan esos mensajes? Cuando comencé a ver la reacción de los niños inquietos me di cuenta que la esperanza comienza cuando se enciende una pequeña vela. Que sembrar en un niño una inquietud es crear una revolución. El Santo Padre tiene toda la razón cuando nos dice: ” ¡Que bonito sería que a medida que descubrimos nuevos planetas lejanos, volviéramos a descubrir las necesidades del hermano o de la hermana en órbita alrededor mío!” Las personas a nuestros alrededor claman nuestra ayuda y siempre nos resulta indiferente. Me di cuenta de la gran necesidad de ternura y esperanza que tienen los niños. Que un medio convencional de amor nunca bastará para dar todo lo que ellos necesitan, se necesita ir al kilómetro extra con toda la creatividad del mundo para poder despertar la esperanza de la humanidad. Que nuestra existencia está ligada a los demás y la vida no es el tiempo que pasa, pero si el tiempo de encuentro con los demás seres alrededor mío. Sembrar esperanza es lo más bello y valioso que podemos hacer con nuestras vidas. Mostrarle a alguien que el éxito del futuro no se encuentra en las manos de los más grandes líderes o de las compañías más poderosas, pero que el poder más grande se encuentra en las personas que tienen la capacidad de reconocer al otro como un semejante, como parte de un todo y no solo una cifra, un descartado. En la vida no hay descartados, todos somos indispensables y únicos, lo que necesitamos hacer es reconocer que tenemos que crear un mañana prometedor por un “nosotros” no por un “yo”. Mis niños de sexto grado poco a poco sueñan en grande, sé que mostrándoles un camino, encendiéndoles una pequeña luz, pueden echar afuera toda la oscuridad y crear una revolución. “Cada uno de nosotros puede ser la vela encendida que recuerda que la luz prevalece sobre la oscuridad, no al contrario.”

¿Y tú que esperas para ser vela?


¡Feliz Viernes! 😊

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