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Empecemos por el principio

Esta semana ha estado llena de celebraciones. La de hace tres años, cuando me mudé a Guatemala; los dos años de vida de Julián; y, tal vez la más dura, pero también la más feliz, mi salida del hospital después del parto.


Es la primera vez que hablo de este tema. No lo hago para que sintás lástima por mí ni para que pensés que soy un ser estoico. Lo comparto porque pueden haber muchas mujeres con mi condición sufriendo en silencio, sin darse cuenta.


El 18 de agosto, como he compartido con alegría, nació Julián. Tuve un embarazo perfecto y una cesárea increíble. Cuando me pasaron a recuperación, uno de los monitores empezó a sonar en rojo con un ruido terrible. Yo estaba muy consciente, deseando ver a Julián, a mi esposo y a mi familia. Entre risas nerviosas le dije a la enfermera: “todo me pica, y creo que la desesperación de no poder rascarme es lo que me altera”. Me conectaron al oxígeno y me subieron a la habitación.


Todos estaban ahí, pero lo único que recuerdo con claridad es cuando una amiga querida y su mamá entraron y oraron por mí. Después de eso, todo se vino abajo. Mi saturación seguía bajando a pesar del oxígeno. Entre doctores, enfermeras, exámenes y TACs, descubrieron que tenía un coágulo entre el pulmón y el corazón. Me dijeron que debía ir a cuidados intensivos. Llorando, con enojo y con toda la fuerza que pude reunir, le dije al doctor que no me iría a un lugar donde mi bebé no pudiera estar conmigo. Llegamos a un acuerdo: cuidados intermedios.


Tras varios estudios, el coágulo se disolvió. Fue entonces cuando se reveló la causa: una mutación en mi sangre llamada trombofilia, que es la tendencia del cuerpo a formar coágulos. Uno puede vivir toda la vida sin saber que la tiene. Puede estar “dormida” sin causar problemas… o puede matar en segundos en una situación extrema. Para mí, esa situación fue el embarazo y la cesárea.


Pero lo duro no terminó ahí. Al salir del hospital, empezó la verdadera prueba: anticoagulantes de por vida, mareos insoportables, hemorragias por ocho meses consecutivas, exámenes interminables, diagnósticos contradictorios y un dolor emocional enorme. En medio de mi desesperación, apareció nuevamente la misma amiga que había orado por mí al nacer Julián. Ella me ayudó a encontrar un nuevo doctor.


Después de más estudios, confirmó la trombofilia, pero también determinó que no necesitaba el anticoagulante tan fuerte que estaba tomando. Me cambió el tratamiento y poco a poco recuperé estabilidad. El doctor también fue claro: otro embarazo sería de altísimo riesgo. Una decisión que debía tomar junto a mi esposo.


En mi búsqueda por entender, darme consuelo y conocer más acerca de la trombofilia, encontré datos alarmantes: un 16% de mujeres sanas tienen trombofilia sin saberlo. En el embarazo, esa cifra puede subir hasta 29%. Entre las mujeres que sufren trombosis durante o después del parto, entre 30% y 50% tenían trombofilia heredada. Lo más doloroso es que muchas mujeres pierden embarazos sin saber que esta condición está detrás. Y nunca nos hacen un examen genético preventivo.


Por eso, este escrito es un llamado: a conocer nuestro cuerpo, a pedir exámenes, a hablar del tema. No solo nos afecta a nosotras como mujeres, sino también a parejas, hijos, hermanos, padres que sufren al no saber cómo ayudar. Tenemos campañas para tantas cosas, pero de algo tan vital como nuestra sangre —que determina la vida misma— casi no se habla.


Dos años después, puedo decir que estoy estable. Ha sido un proceso largo y doloroso, pero lleno de la gloria de Dios en cada paso. Este blog vuelve a la vida con un propósito: crear conciencia, compartir conocimiento y dar esperanza. Si mi historia evita que otra mujer viva el calvario que yo viví, habrá valido la pena.


Estoy aquí para vos, en cualquier situación que pases.


¡Feliz viernes! 😊


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¡Gracias por suscribirse a este proyecto de amor y luz! Espero que disfruten cada viernes de estos artículos en los cuales dejo parte de mi alma en ellos. Llamaron alma a lo que no pudieron explicar del cuerpo y llamaron Viernes de Nicole a lo que no pudieron explicar del alma. ¡Disfruten!

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