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Y comienzan las Vacaciones


El miércoles, Julián salió oficialmente de vacaciones. Me da una felicidad increíble que haya culminado uno de esos ciclos “no oficiales” de educación. Y aunque siento una gran alegría y satisfacción de ver cómo ha crecido y va tan bien, la verdad es que las vacaciones también representan un reto.


Hace unas semanas, cuando me di cuenta de que se acercaba este momento, entré en modo estrés. De 7:30 a.m. a 3:00 p.m. él va a un “colegito”, como dicen en Guatemala, donde socializa, juega con juguetes diferentes, aprende cosas nuevas y hasta se va preparando para el colegio formal. Entonces empecé a preguntar por clases de karate, a buscar natación o cualquier actividad cerca de la casa para que tuviera algo que hacer.


Porque que él salga de vacaciones no significa que yo también pueda tomarlas, ni que me lo pueda llevar al trabajo todos los días para distraerlo. Y aunque tengamos apoyo en casa, no es lo mismo despejar la mente afuera, que estar encerrado todo el día con los mismos libros y juguetes de siempre.


Cuando llegó el miércoles y la salida fue a las 12:30 p.m. en vez de las 3:00 p.m., ya la cosa se empezó a complicar. Y el jueves ya era libre por completo. Cuando salí a trabajar fueron mares de llanto y, aunque tuvo un día lindo porque los vecinitos lo invitaron a varias actividades, yo ya estaba pensando estresada en la semana siguiente.


Hoy por la mañana, la maestra mandó un correo diciendo: “Espero que estén disfrutando de las vacaciones cerca de sus hijos y compartiendo muchos momentos lindos en familia.” Cuando lo leí, mi primera reacción fue una cara de “esta no sabe lo que uno padece”. Pero segundos después sentí remordimiento de conciencia.


Y no es que sea mala mamá, desamorada o que no quiera a mi hijo en casa. Pero tengo un trabajo demandante que exige que esté fuera muchas horas. Tampoco pretendo que nadie me lo críe, sé que es mi responsabilidad. Sin embargo, también tengo otras que cumplir. Y aunque no hay responsabilidad como la de ser madre, la laboral —al menos en mi caso— también es necesaria para poder cumplir con la maternal.


Así que he pasado por una montaña rusa de emociones: culpa por no poder dedicarme al 100% a Julián en sus vacaciones y estrés por encontrar lugares seguros, bonitos e interesantes para él.


La maternidad, sin duda, es una de las labores más complejas que existen. Tenés que tratar de hacer lo mejor por ese ser humano al que te dieron la responsabilidad divina de cuidar, pero también mantenerte cuerda y conservar retazos de quién eras antes, para seguir siendo un ser humano funcional. ¡No es nada fácil! Es un balance muy difícil de encontrar.


Y aunque no pares de buscar actividades, cumplás con tu trabajo y también contigo misma, ese sentimiento de “no lo estoy haciendo bien” siempre aparece. Pero creo que querer ver a nuestros hijos felices, realizando actividades que los estimulan y les encantan, también nos hace buenas mamás.


La vida de una mamá siempre estará dividida entre lo que hacemos y lo que dejamos de hacer. Siempre existirá un porcentaje de culpa. Pero estar ahí, presentes, dando amor, es lo que hace que todo valga la pena.


No sé qué haremos de aquí a enero cuando vuelvan las clases, pero estoy segura de que Julián aprenderá mil cosas… y yo estaré acompañándolo todo lo que pueda.


¡Feliz viernes! 😊


ree

 
 
 

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