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Errores chiquitos, victorias enormes

Por muy difícil que ha sido, aquí estoy cumpliéndome.

Cumpliéndome en constancia y tratando de darle forma a esta nueva y mejorada versión de este blog.


Toda la semana he ido guardando ideas o frases que han resonado en mí, con la esperanza de poder escribir algo hoy. Pero la verdad, la vida es tan maravillosa que te presenta lecciones inesperadas… e increíblemente compartibles. La vida no sigue guiones perfectos, y este blog, mucho menos.


La lección va así:

Todos los viernes llega el calendario de actividades semanales de la escuela de Julián. La semana pasada, se comunicó que este viernes —o sea, hoy— no habría clases porque habría “asesoría de padres”, palabras más, palabras menos: entrega de notas.


En ese mismo momento, de inmediato nos inscribí en un horario que no interfiriera con ninguna actividad laboral y que nos diera tiempo para todo.

Si me has seguido en redes, sabés que desde que Julián comenzó la escuela he tenido una serie de inconvenientes que han generado fricciones… y, pues, de plano ese sentimiento de fracaso como mamá, de sentir que no lo estás haciendo bien.


Resulta que llegó el bendito día de la asesoría. Y… ¿qué creés? En mi calendario, en mi cabeza, y con mis múltiples actividades y responsabilidades de la semana, confundí los horarios.


Dije para mí: “No puede ser esto… este planchón es mío y de nadie más. Si las maestras me ven mal y las mamás me critican, bien merecido me lo tengo.”

No tuve ni un gramo de compasión en mi cabeza por mi error. A mi esposo, evidentemente, mi equivocación no le hizo ninguna gracia.


Cuando llegamos a la escuela corriendo, tenía una cara de vergüenza terrible. Me senté en una esquina, solo pidiéndole a Dios que nos pudieran colar, aunque fuera unos minutos. Pero como dice el dicho: “Tanto has de sufrir por lo que no ha de llegar.”


Resultó que los primeros papás llegaron más de una hora tarde, y eso atrasó todo. Así que, en realidad, nunca estuvimos tarde.


Después, esos sentimientos de culpa y angustia se disiparon con la alegría de saber que Julián estaba excediendo en todos los aspectos evaluados.

Nos comentó la maestra que había habido un antes y un después con él, y que los últimos cuatro meses simbolizaron un cambio significativo en su carácter (para bien, por si tenías duda).

Nos dijo que se notaba que en casa habíamos estado aplicando las sugerencias que se dieron meses atrás. Así que fue una gran victoria.


Cuando la mente nos juega en contra —y qué fácil es que lo haga—, hay que recordar que estamos haciendo lo mejor que podemos. Damos lo mejor de nosotros, y aunque demos el 110%, siempre habrá equivocaciones. La mente se encarga de machacarlas y agrandarlas, haciéndolas ver peores de lo que realmente son.


Cuando sos padre de familia rezás, pedís consejo, aplicás los mil y un libros de psicología infantil que te recomiendan, seguís los consejos milenarios de las tatarabuelas…

y por más que lo estés dando todo, siempre hay margen de error. Pero hoy estoy aquí para decirte —y reconfirmarte— que lo estás haciendo re bien (sin importar cuántas caras o comentarios te hayas tenido que tragar).


Estamos criando hijos felices, sanos, sabios y llenos de amor.


Por difícil que sea, te digo (y me incluyo): apaciguá la mente.

Los pequeños errores —que solo viven en la cabeza— son ligerezas. Mientras haya amor, paz y bienestar, todo va a salir bien.


Así que hoy, luego de sentirme como la mamá que siempre mete la pata en la escuela de Julián, terminé sintiéndome la más increíble.


Todo es cuestión de percepción.


A seguir adelante.


¡Feliz viernes! 😊


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