Volver a la Esencia
- Nicole Vaquero

- hace 1 minuto
- 3 Min. de lectura
Muy rara vez escribo un Viernes de Nicole que, muy probablemente, nunca llegue a ser leído por la persona para la cual fue escrito. Aunque mi intención siempre es dejar un mensaje bonito para quien se asoma por aquí, la mayoría de las veces estas líneas van dirigidas a alguien en especial.
Llevo ya un par de semanas escribiendo sobre el Día de Acción de Gracias: sobre todo lo que significa para mí y para mi familia, sobre celebrar la vida a lo grande, y sobre ese cumplido precioso que alguien a quien quiero mucho me regaló al compararme con mi inigualable Tita. Y aunque este no es ese texto, sí está profundamente ligado a la gratitud.
Quienes llevan tiempo por aquí saben que este blog nació con la intención de fomentar la lectura, de mezclar poesía y revivir a mis grandes amores: Benedetti, Gabo, Neruda. De traer a colación letras de Sabina, de Serrat, alguna frase de Facundo Cabral. Siempre me he considerado fiel a lo que leo y a lo que escucho, aunque eso nunca me haya puesto exactamente “de moda”.
Debo admitir que ser así me ha generado cierta distancia con algunos, pero también me ha regalado amistades de alto kilataje. Elegir este camino de gustos distintos muchas veces me ha dejado fuera de conversaciones… y, curiosamente, también me ha acercado a personas extraordinarias.
Una de esas amistades —mucho más abierta que yo— me llevó a escuchar al “infame” Bad Bunny. Jamás pensé escribir esto, pero esas letras me llamaron. Liberaron serotonina, me acompañaron mientras hacía ejercicio y, sin darme cuenta, me aprendí casi todo el nuevo álbum. Mi encantamiento fue tal que estuve a punto de ir al único concierto que dio en Centroamérica. Boletos en mano, ilusiones listas y un atuendo psicodélico preparado… el viaje se canceló.
Vi las redes llenas de amigos, familiares y conocidos disfrutando de ese concierto al que yo moría por ir (ni yo misma puedo creer que esté diciendo esto).
Pero como la vida siempre tiene algo que enseñarte —y Dios algo mejor—, ese mismo fin de semana terminó dándome un giro inesperado. Volví, casi sin querer, a los poetas y a las canciones que siempre me han enamorado. En lugar de un estadio, terminé en el Teatro Nacional Miguel Ángel Asturias, en un concierto de Ricardo Arjona.
Arjona anunció su residencia en el teatro a mediados de este año y, cuando salieron los boletos, Guatemala entera intentó conseguir entrada. Nadie que conociera lo logró. Al ser un teatro tan pequeño y una experiencia tan única, entendí que no iría.
Y, sin embargo, ahí estaba yo: sentada a siete filas del escenario, en un teatro lleno de historia, escuchando canciones que durante años me han hecho sentir tanto.
Vi a un Arjona maduro, entregado a su gente. Honrando la tierra que lo vio nacer. Volviendo a ser ese chapín lleno de historias en zona 18. Dedicándose a su país durante más de treinta noches con un espectáculo que va mucho más allá de cualquier teatro de Broadway. Retribuyendo: con un concierto sorpresa para los trabajadores del Teatro Nacional y sus familias; visitando Jocotenango, regalando boletos a estudiantes, creando una experiencia cultural fuera del auditorio que celebraba, por todo lo alto, la identidad guatemalteca.
Y ahí lo entendí todo.
Mientras pensaba que tal vez hubiera estado en Costa Rica gritando en un estadio “y fuiste tú mi baile inolvidable”, me dije a mí misma:
“Aquí es donde tengo que estar. Esta es mi esencia.”
Entre emociones, algunas lágrimas y cantando cada palabra, regresé a mi adolescencia, a mis años de estudiante de derecho, a esos amores rotos que también nos forman. Pero lo que más me marcó —más allá de lo único del concierto— fue la gratitud de Arjona hacia sus raíces. Ese sentido de pertenencia y patriotismo es, para mí, uno de los gestos más hermosos que puede tener un artista de nivel internacional.
Ese concierto me dejó una lección que no quiero olvidar: la vida se trata de agradecer. De dar de regreso. De reconocer lo maravilloso que tenemos y compartir un poco de la magia que se nos ha regalado. No se puede vivir acumulándolo todo; la vida fue hecha para compartirse.
Tal vez pase mucho tiempo antes de que vea a Bad Bunny en vivo. Pero sé que Dios me puso en ese conciertazo para recordarme por qué nació este espacio de lectura, música y romance. Para enseñarme que, aunque los gustos cambien, volver a lo que nos define siempre está bien.
Y, sobre todo, para agradecer cada oportunidad de vivir… recordando que:
“Lo poco que tengo es tan poco, que hay pa’ regalar.”
¡Feliz viernes! 😊




Comentarios